sábado, 21 de marzo de 2015

Escribiendo sin rumbo

Vivo descolocada emocionalmente, vagando a ratos entre la sensación de una felicidad plena y el desasosiego de una creciente tristeza que se instala en el centro de mi pecho. A veces vago entre pensamientos que me hacen sentir que yo puedo conseguir lo que quiera, que puedo llegar a lo más alto y, desde allí arriba, ver que la vida no es la mierda que todos pintan, que no todos los días van a ser de un color gris, tristes y sin vida. El problema está en que todo lo que sube, baja; cuanto más alto llegas, más dura es la caída, más retorcida la espiral de tristeza, de impotencia, más duele darte cuenta de que sí es la mierda que todos pintan, que los días suelen ser grises, que nadie va a preocuparse por ti, que todo se acaba desmontando o tocando su fin. Personalmente, prefiero vivir rozando el suelo, con mis expectativas en los límites más bajos, junto con mis esperazas y mis ganas de levantarme día tras día, a fin de cuentas, si vivo rozando el suelo, no puedo caer más. ¿No? De todas formas, la vida es ese juego absurdo al que tienes que jugar por imposición, para acabar perdiendo siempre, y finalmente ser (con un poco de suerte) un recuerdo, una sombra, que como todo lo demás, acabará desapareciendo.

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